lunes, 29 de julio de 2013

Sus ojos

No me percaté de su presencia hasta que estuvo lo bastante cerca para tomarme entre sus brazos, para ser sincero no intenté huir porque no sentí ninguna amenaza.
Me levantó con cuidado y sonrió, su sonrisa era hermosa en diversos sentidos, una sonrisa infantil con toda la inocencia e ingenuidad que podía dibujar; le pregunté por sus intenciones pero no hubo respuesta, la barrera del lenguaje aun no se había roto entre nosotros.
Cuando empezó a lanzarme al aire pensé: “Es un poco tosco pero es normal para alguien como él”. Me asusté un poco pero enseguida todo pasó al darme cuenta de su destreza y habilidad.
Al cabo de unos instantes se cansó, me dejó donde estaba y se fue a refrescarse con el agua de la manguera, un día tan caluroso como hoy no permitía realizar actividades extenuante durante tiempos tan prolongados. Fue en el momento en el que pretendía darme agua cuando me di cuenta que no todo andaba bien, llenó el contenedor en el que habitualmente me dan de beber y cuando estaba empezando a tomar agua volteó el traste sobre mí, en ese momento no sonrió pero asumo que es normal, ya antes lo había visto hacer cosas semejantes con otros.
En ese momento me volvió a agarrar pero yo ya no estaba tan seguro de querer seguir jugando con él, le pedí que me soltara pero volvemos a lo mismo, aún no me entiende, hice lo único sensato que se me ocurrió, llorar. Gran error, mi llanto lo asustó empezó, acto seguido me depositó en el suelo con estrépito lo cual me asustó más y provocó que mis quejidos aumentaran. Fue en ese instante que lo vi, sus ojos oscuros no eran los de alguien en quien se puede confiar.
“Querido diario:

Hoy sin querer, creo, maté un gatito. No es la primera vez que mato a un animalito, pero este era un bebé, lo devolví a su casita antes de que llegara mi mamá, mañana le diré que amaneció muerto. Me asusté cuando se puso a llorar lo único que se me ocurrió fue pegarle en un su cabeza con un palo, creo que lo desnuqué. Lo bueno es que todavía quedan otros tres, así su mamá se olvidará rápido de él y no llorará mucho porque ha muerto”

miércoles, 24 de julio de 2013

El vestido de arcoíris.

Llamó alguien llamado Eddy, preguntó si viste su gato”. Mamá
¿Eddy? No conozco a nadie llamado Eddy, a menos que sea el estúpido que entró en tercero o cuarto a mi primaria. Sí, puede que sea él, aquel niño que una vez por falta de luces y una mala combinación de eventos se rompió el brazo, pero ¿cómo sabe mi número? Y segundo ¿cómo podría yo haber visto su gato si no sé dónde vive?
Después de comer un plato de cereal olvidé el asunto, eran vacaciones, mi cerebro ya lo estaba desde hace varios años. La casa de mi madre no es muy grande, tiene tres cuartos es naranja y filtra el aire de manera ineficiente a través de mallas llamadas miriñaques. Pasé horas y horas acostado en esos horribles días llamados de asueto, tal vez de haber sido menos grosero o barbudo hubiera tenido amigos invitándome drogas, pero no fue así.
Llegó el momento en que el mantenerme reclinado fue insoportable, salgo de mi casa, camino por el lugar destinado a mantener a los automóviles secos o asoleados, llego a la reja blanca de 2 metros de altura, barrotes tapados hasta tres cuartos por un tejido metálico útil para evitar que las cabezas de los perros la atraviesen; la abro y a mi alrededor nada, nada, rubia pegando papeles, nada, nada, espera, ¡Rubia pegando papeles!
Estudié ingeniería durante 5 años, en una escuela de edificios de dos pisos pintada de gris cárcel, con un estacionamiento pequeño y ausencia prácticamente absoluta de mujeres o mujeres que bajo un estándar aprobatorio de preparatoria pasaran el filtro; aun así sigo viendo a las feas, feas y esa rubia no lo era.
Era martes, al salir me manché un poco con la pintura blanca a base de aceite con la que pintaron el nuevo aditamento de la reja. Me acuerdo que ese día hubo mucho calor, yo andaba sin zapatos, sin camisa y con un short negro que tenía dos rayas a cada lado sin bolsas. Eddy andaba con una prenda de mezclilla cortada quince o diecisiete centímetros arriba de sus rodillas, una blusa morada y pecas en la cara, sus ojos verdes y la concentración en la preocupación.
Nunca he vuelto a ver gente pegando carteles de objetos o entes orgánicos desparecidos, tal vez es costumbre de los gringos que siempre describen esa actividad en sus películas. Al verla me asusté un poco; a pesar de que mi vida sería más feliz si pudiera andar todo lo que me placiera sin camisa, me avergonzaba un poco de mi cuerpo moldeado por la desidia y la falta de propósito.
No pude dejarla de ver durante un buen rato, me mantuve entre el pequeño espacio que dejaron las rejas que abrí, cuando estuvo a dos casas de la mía se le ocurrió voltear hacia el este y al reconocerme me hizo un ademán, yo por mi parte sin disimular intenté voltear mi cabeza con el afán de que no interactuara conmigo en esas fachas.
Eddy comenzó su carrera y terminó en mi reja.
      -       ¡Hola!- lo dijo algo agitada, algo de sudor caminaba por su cuello.
      -       Hola- dije extrañado, no recordaba su nombre, ni su cara, ni sus ojos, ni sus sueños, o sus piernas o su voz.
      -       Nos conocimos en mi cumpleaños hace 13 años, mi mamá me hizo invitar al salón y tú fuiste el único que no se quitó la camisa para meterse a la piscina, jajaja- Eddy habló como si su mente grabara cada segundo de la vida.
      -       Mmm, lo recuerdo vagamente- mentí- pasa si quieres, te ves cansada.
Eddy caminó sin cautela, con paso firme y espaciado, sus zapatos fueron azules y las agujetas naranjas, los calcetines de aire; no medía más de uno sesenta, sus cabellos rubios pasaban de los hombros; su figura, envidiable por algunas, fue moldeada por horas y horas de bailes latinoamericanos. Al entrar, tomó la primera silla rota que encontró y se sentó en el lugar con mejor ventilación y vista a la ventana, puso los codos en sus rodillas y llevó sus manos a la cara, tomó su pelo y lo asió fuertemente por unos segundos, después de eso con una sonrisa encantadora miró a su alrededor; todo ese espectáculo me hizo casi tirar la jarra de agua que acabé de preparar segundos antes.
      -       ¿Qué te trae por aquí?
Eddy miraba su vaso de agua mientras rodeó su superficie con el dedo índice.
      -       Ayer por la tarde estuve por aquí, vine con un amigo a darle vueltas a unos pequeños parque llamados manguitos con mi gato, el cual aparentemente ya no quiere saber de mí; aproximadamente a las 10 huyó y se metió en una de esas casas verdes con rejas bajas y no lo he podido encontrar.
      -       Tú eres parecida a mí.
      -       ¿Por qué lo dices?
      -       Ninguno de los dos se ha preocupado por averiguar el nombre del otro.
      -       Eso es porque yo ya sé el tuyo.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero no uno de esos que son provocados por el miedo, sino de esos que tienen su origen en la incomodidad de las situaciones sociales; no fue justificado en lo absoluto, al pronunciar lo anterior Eddy no sintió ninguna necesidad de reprocharme conducta alguna. Mi silencio fue como de 10 segundos que tardaron como 10 horas por culpa de Einstein, durante ese tiempo Eddy tomó algo de su agua.
      -        Mmm, jajaja, tranquilo me llamo Eddy-. Lo dijo de una manera tan natural que nadie podría haberse sentido no bienvenido.
      -       Perdón, es que ha pasado tanto tiempo, ¿cómo has dado con mi número? Poca gente de mi edad me conoce o interactúa conmigo-.
      -       Un vecino tuyo me dijo que el gato se metió a tu casa y me dio tu teléfono porque ya era tarde.
      -       Si quieres podemos salir a buscarlo, mi tiempo es infinito y mi aburrimiento se le compara.
Caminamos juntos al salir, más o menos a la misma altura. Al salir, el sol seguía calentando la superficie de la manera infame que la localización del planeta con respecto a él le imponía. La calle estaba vacía, el silencio matinal de una colonia que había visto su juventud hace 30 o 40 años reinaba. A lo largo de la esquina se veían plantas en la puerta de cada casa, habían ficus y una planta que produce flores amarilla cuerpo cilíndrico que terminan abriéndose sin producir pétalos diferenciados, aquélla produce grandes cantidades de savia y frutos como rombos.
Casi al final de la calle oímos un ruido que aunque no tan alto, contrastó con la atmósfera dominante, al caminar hacia la fuente el rumor se hizo más grande, tanto que corrimos hacia él. En un arriate perteneciente a la penúltima casa, en un pequeño árbol de no más de un metro y medio, se desarrollaba una lucha a muerte.
Tres animales de tamaño disímil se encontraban luchando por quitarle la vida uno al otro, un gato gris frío al 75%, un pájaro negro llamado “cau” de pico de 7 cm. y tan grande como un pequeño pollo y una pequeña paloma llamada “tortolita” se veían envueltos en una pelea en el interior del árbol. Al caer la tortolita, el gato y el cau la atacaron y con suma violencia la empezaron a destrozar, extrayendo uno a uno sus órganos en un festín sangriento cuyo sonido se hizo espantoso. Una vez desaparecidos los restos de la tortolita, el gato intentó atacar al Cau, pero entre él y sus deseos se interpuso Eddy quien atrapó al gato, el cual tuvo la cara barnizada de sangre. Eddy tomó a su gato y huyó despavorida.
El verano terminó y con ello mi primer año de soledad en un nuevo ambiente, el laboral. Pasó largo tiempo antes de que volviera a saber de Eddy, quien le dejó su correo a mi madre pues yo vivía ahora en una casa de dos piezas al mayor oeste posible de la ciudad. Un día se me ocurrió escribirle mi teléfono para así poder platicar con alguien, las calles donde está mi residencia son azules y vacías, pero no es Buenos Aires, Argentina.
El 2 de marzo del 2016 recibí el siguiente mensaje:
“Iglesia de Xxxx a las 13:42, necesito que tengas auto”.
Llegué a la una cuarenta y Eddy salió corriendo de la iglesia con un vestido blanco y largo, dos amigos atrás de ella. La larga escalinata la vio caer dos veces y cada vez que se levantó, corrió más rápido; el viento soplaba en el día gris, los relámpagos gritaban y los árboles eran desmembrados. Su amigo se sentó a la izquierda del asiento trasero y la amiga a un lado de él; Eddy se sentó en el asiento del copiloto puso sus codos en las rodillas tomó su pelo y lo asió fuertemente, toda la comitiva se acercaba hacia nosotros. Yo mantenía mi mirada en el semáforo de en frente, el camino se encontraba despejado, un rayo impactó el columpio que sigue en el cajón de arena del parque donde está la iglesia, la gente se detuvo y Eddy gritó desesperada y con los ojos desorbitados “Vámonos”.
Avanzamos unos kilómetros, sus amigos continuamente le recriminaron su impulsiva manera de actuar, cuanto de su futuro se truncaba por su decisión y lo infeliz que volvía a su madre. Al acercarnos al mar Eddy les gritó que se bajaran, continuamos hasta el tanque de gas hizo marcar al automóvil que ya no podría andar mucho más, Eddy lanzó sus zapatos por la ventana y con una sonrisa radiante en los labios y lágrimas en los ojos se bajó del carro y corrió por la orilla del mar.
Sentado en un montículo de arena la vi correr y dar vueltas mientras ondeaba su vestido en el cual yo veía que su blancura se descomponía en un arcoíris de felicidad. Pasé unos días con ella en la casa de mi abuelo a unas esquinas de mar; Eddy era feliz, pero yo no tuve nada que ver, era feliz por el aire, el color amarillo, la marea, por la parte de la pared que en la esquina superior se caía debido a la corrosión del acero de refuerzo en su interior.
Estuve con ella lo suficiente para que el tiempo no se volviera menos colorido; porque como las canciones que más nos gustan, no conviene escucharlas mucho.




¿Piensas en mí?

¿Piensas en mí? ¿Recuerdas nuestros días bajo el sol?  ¿Sientes un hoyo en el corazón?  Al ver hacia adelante ¿encuentras el principi...