viernes, 7 de septiembre de 2012

En mi habitación

Suelo recordar aquellos tranquilos momentos acostado en mi hamaca contemplando el exterior desde mi habitación, desde mi hamaca podía ver el sol ocultarse por la tarde y a la luna desaparecer al alba, observaba mi patio tan lleno de vida, tan alegre.
Mi habitación con una pared verde y las demás blancas cobijaba mi cuerpo cuando mi imaginación tomaba mi mente y se la llevaba a ejecutar tanto suceso inverosímil que pudiese ocurrirseme y si he de ser sincero eran bastantes. Mi madre me regañaba porque mi habitación no estaba en orden, porque las cosas no estaban en su lugar, me decía que si me gustaba tanto mi habitación entonces porque no la mantenía limpia para que no me dañase aquel archienemigo de tan solo unos cuantos micrómetros de diámetro conocido como polvo; por mucho que me fastidiasen sus llamadas de atención diarias sabía, sin embargo, que no era correcto que mis tres pares de zapatos deambularan por las cuatro esquinas del cuarto, que mis camisetas, bermudas y pantalones se apilaran peligrosamente en la silla del escritorio, que mis cuadernos y libros ocupasen un lugar ya en el rincón más recondito del inmueble, que mi mochila barriera la capa de polvo del suelo que nunca se limpiaba, entre otros tantos desperfectos míos.
Un buen día arreglé mi amada habitación, tomé mi mochila con unas cuantas cosas dentro, besé a mi madre y salí al mundo para ver que encontraba.
Después de un ciclo de vagar sin sentido haciendo a veces algo por aquí y por allá, encontré un jardín en cuyo centro había plantado un hermoso árbol que se elevaba 10 metros hacia el cielo y daba una magnífica para poder acostarse en el suave pasto y observar las flores y los animalillos que por ahí se encontraban.
Como soy un hombre inquieto terminé por romper el hielo y hacerle plática a las hormigas que a diario observaba subir a la copa del árbol, tomar comida y bajar de nueva cuenta hasta su hogar, sin quejarse ni dudar. Me sonrieron algunas y otras tantas me devolvieron el saludo, no podía culparlas por no detenerse, su faena constante se los impedía y ello las justificaba. Este hecho sin embargo llamó la atención de los demás seres que habitaban el jardín y que al final de ese día ya me conocían de toda la vida.
Comencé a su vez a frecuentar a un amistoso, aunque inquieto, caballero de plateada armadura a quien había conocido durante mis andanzas previas a encontrar el jardín, su plática acerca de la necesidad de establecer un gobierno equitativo y justo en su pueblo, junto con los deliciosos tés de hojas místicas que bebíamos durante largas horas me inflamaron el corazón y, habiéndolo discutido con mis amigos del jardín, decidí tomar parte en la afrenta y asegurar de esta manera el bienestar de un pueblo.
Ahora en estas actividades reparto mi tiempo, por las mañanas al lado de un séquito de valientes caballeros combatimos por los valores que me inculcaron mis padres y por la tarde voy al jardín a descansar y platicar con mis pequeños y entrañables amigos, sin embargo, cuando veo el ocaso, no puedo evitar el recordar mi habitación y a mi madre.
Cuando voy a dormir, es cuando más pienso en ellos, si mi madre me viese ahora se sentiría orgullosa, mi cuarto blanco está completamente limpio, tal como mi camisa de largas mangas y mis pantalones  blancos también, la falta de moviliario no me molesta pues me acomodo en las mullidas paredes y espero a aquellos alegres jóvenes que vienen a traer sus frascos de sueños líquidos. El único verdadero problema con mi habitación es que no tiene ventanas.

¿Piensas en mí?

¿Piensas en mí? ¿Recuerdas nuestros días bajo el sol?  ¿Sientes un hoyo en el corazón?  Al ver hacia adelante ¿encuentras el principi...