Aparecí en el
desierto más plano que he tenido la oportunidad de percibir, los límites de
aquel lugar eran insondables, sin nubes era imposible tener una sensación de
espacio y el permanente crepúsculo el desvanecía la posibilidad de entender el
tiempo.
Intenté por un
tiempo notar algún movimiento estelar o el cambio de dirección en el viento sin
ningún éxito. Podrían haber pasado años, meses o semanas, pero la sensación
constante de sed y hambre no me habían matado, intenté acabar con mi vida, pero
las heridas que me podía infligir solo tenían la profundidad suficiente para
generarme dolor, pero no para acabar con el tormento.
A pesar de la falta
total de alimento mis heridas sanaban sin dejar huella después de cierto
tiempo, durante mi ofuscación inicial pensamientos suicidas y autodestructivos
no me dejaron caer en cuenta que mi única manera de mantener mi sanidad mental
estaba vinculada a esa suerte de castigo celestial que me impedía acabar con mi
existencia, en esa penitencia yacía la posibilidad de llevar tener una idea del
transcurrir del tiempo.
El crecimiento del
tejido cutáneo era relativamente rápido por lo que heridas demasiado
superficiales no permitían una apreciación precisa, sin embargo, la generación
de la máxima profundidad de herida provocaba desvanecimientos incontrolables
que siempre tenían como resultado el despertar con la herida a medio sellar.
Ignoro el tiempo que
me llevo diseñar la grieta exacta, pero una vez generada y aplicada me permitió
contar los siguientes 7 años y 2 meses. En ese tiempo empecé a dudar de mi
memoria, mis horas de sueño eran extensas pero la generación de recuerdos de
esos momentos era muy escasa, mi mente descargaba muy levemente la carga del
día en generación de sueños, nunca sentía realmente un descanso efectivo.
A pesar del enorme
tormento que me provocaba esta tortura interminable, nunca perdí la fe en
recobrar mi vida anterior de éxito y comodidad, mi único incentivo para no
perder la cabeza era que eventualmente esas caminatas interminables en el
desierto me llevarían de nuevo a mi familia y a mis bienes materiales hasta que
caí en la cuenta de que conmigo o sin mí el mundo avanzaría y que lo que había
obtenido en este momento podría ya no valer nada. Cuando estuve dispuesto a
olvidarlo todo apareció ante mí un ente que si intentara describirlo parecía
estar hecho de luces moradas blancas y rojas similares a las que aparecen ante
tus ojos cuando te los tallas, envuelto en una túnica negra se mantenía en pie gracias
a una vara de madera.
Aparentemente sabía
todo de mí y de mi circunstancia, me ofreció recortar el tiempo de mi deambular
de manera proporcional a mi disposición de romper vínculos terrenales. Una vez
elegido el vínculo, toda sensación y recuerdo del mismo se perdería, así como
toda de evidencia de su existencia previa.
En el tercer mes del
séptimo año, de acuerdo a este ser, me restaban 1033 años de camino para
regresar al punto geográfico que me vio nacer, de manera que continuar con el
camino tenía el mismo resultado final que dejar ir todo en ese momento pues al
llegar los restos de mi existencia llevarían siglos de olvidados y la huella
que podría haber dejado mi descendencia no estaba asegurada.
Después de pensarlo
unos meses decidí que podía prescindir de todas mis propiedades, puesto que
solo eran un producto de capacidad intelectual y física y aunque con
dificultad, podría recuperarlas con el tiempo.
La entidad no
apareció hasta un año después, en esta ocasión me informó que de tomar la decisión
de eliminar todos mis bienes materiales mi camino se reducía a 1000 años y que
nuestra próxima reunión tomaría lugar en 5 años. Los gritos y desesperación no
parecían turbarlo en lo más mínimo, no existía un diálogo o negociación, la
comunicación entre él y yo se daba a través del sondeo de mis ideas más
repetidas, las cuales no cuestionaba sino simplemente sancionaba.
En aquel momento
consideré estéril dudar de la palabra del ser, probablemente el génesis del
comportamiento religioso de muchos inició en un momento de profunda soledad.
Durante los siguientes años mi reflexión acerca de lo verdaderamente importante
de la vida se intensificó para intentar probar la hipótesis de que la aparición
del retraso entre apariciones del ser estuviera relacionada con una mala
comprensión del mecanismo de escape del desierto.
Partí de la
suposición de que el ser era imparcial con respecto a su planteamiento, que la
comunicación de las reglas era meramente informativa, que éstas eran verídicas,
hechas sin malicia y que eran permanentes en el tiempo y en el espacio, por último,
asumí que la respuesta no estaba sujeta a la interpretación, sino que la
solución del problema era única, de entenderse. Gran parte de mis suposiciones
habían sido hechas previamente por miles de cuerpos religiosos que fallaron una
y otra vez en la tarea de probar la existencia de algún poder divino, yo mismo
intentaba encontrar un camino a la liberación a través de un ser de intenciones
desconocidas.
El camino a la
salida consistía en liberarme de todo vínculo terrenal, la respuesta no era tan
sencilla como eliminar mis bienes inmuebles, la respuesta tenía que ver con
algo más profundo que eso. Al analizar detenidamente el significado de un
vínculo terrenal caí en cuenta que los vínculos con la tierra no son físicos
sino mentales y aquellos están fundidos profundamente con nuestra manera de
interactuar y percibir la realidad.
Al crecer entre la
tierra y obtener habilidades intelectuales mediante la interacción con otros
humanos en distintas instituciones, mi manera de percibir la realidad se
modificó y es así como decidí, sin entrar en cuenta completamente, qué es lo
indispensable, qué es lo necesario y concretamente qué es lo prescindible,
dejando fuera lo que estaba casi completamente fuera de mi control que era
principalmente lo relacionado con actividades dedicadas a la satisfacción de
necesidad fisiológicas. Caer en cuenta que mis vínculos terrenales eran lo que
me definían como persona me hizo concluir que el problema no tenía solución.
El decidir
prescindir de toda mi estructura de valores, recuerdos y habilidades me haría
libre, si esa era la respuesta correcta, pero también me haría inconsciente de
todo el camino recorrido, al tomar esa decisión todo lo que me constituía sería
eliminado, no estaba dispuesto a tomar esa decisión.
Me había llevado 4
años llegar a lo que yo llamaba la solución total del problema, la eliminación
completa del yo, pero sus extremas consecuencias me impedían considerarla una
opción. La reducción de 33 años daba cabida en mi mente a la posibilidad de
soluciones parciales que redujeran el tiempo y me permitieran mantenerme
consciente de quien era.
Decidí que ofrecer
renunciar a mis habilidades y destrezas tanto físicas como intelectuales
podrían tener un efecto grande en la reducción del tiempo, así que en los meses
que me quedaban de tiempo antes de alcanzar la marca de cinco años me concentré
en que esa idea ocupara la mayor parte de mis pensamientos. Mi razonamiento era
que el ímpetu por triunfar me había conducido a desarrollar dichas capacidades
y que, si éste se mantenía, eventualmente podría recuperar parte de ellas.
Mientras meditaba
acerca de mi decisión apareció el ser aproximadamente en la marca de cinco
años, mi conteo del tiempo no era para nada exacto. Por primera vez comentó
acerca de decisión y no simplemente emitió una decisión acerca del tiempo
restante.
“La idea de que
existen soluciones parciales a los problemas es meramente humana y no tiene
nada que ver con la orden natural de las cosas, una solución no tiene que ver
únicamente con el resultado tangible de su ejecución, sino con el sistema que
produce su deducción y el entendimiento del problema en sí.
Aunque se pueden
obtener aparentes victorias a partir de enfoques simplistas, éstas solo lo son
para las mentes carentes de conocimiento cuya existencia es efímera en relación
al tiempo y el espacio.
No existen los
atajos ni hay manera de engañar a la realidad, y la idea de que eso puede ser
factible es la más tóxica que uno puede generarse. Aunque en tu mente existe la
solución verdadera al problema, tu condición te ha impedido escapar de tu
tormento, nuestra próxima cita será en 995 años”.
Una inmensa
sensación de vacío inundó mi ser, la impotencia y la rabia que yo sabía eran
sentimientos que no cambiaban para nada mi situación se habían apoderado de mí,
había rozado el cielo y lo había dejado ir.