jueves, 12 de julio de 2012

Ficciones verdaderas 3

Abandonado antes de empezar mi proyecto de aprender  a escribir con la mano izquierda, me esforcé en poder llegar a conocer los límites en los cuales la autocomplacencia encontraba el fin de su producción de endorfinas.
      Al ver que tal vez ese límite no existía y que buscaba en un callejón sin salida me puse a pensar  en una forma de acabar con el aburrimiento característico de mi vida. Nunca se me ocurrió.
      Un día tuve la oportunidad de ir  al puerto con personas no gratas excepto una, para la cual yo no era grato. Después de perder  en repetidas ocasiones jugando basquetbol  y ante la mirada idiota de pueblerinas sentadas en un kiosco decidí retar a  la autoridad tomando una bebida no alcohólica que lo pareciera.
        Un oficial me instó a tirarla dada la ilegalidad aparente de mi proceder, mis pocas ganas de entrar en consideraciones con un oficial un tanto estúpido  me hicieron acatar sus ordenes.
       Decidí dar un paseo por el malecón tomando fotos de chilangas que querían parecer gringas al hablar en inglés, pensando en el porqué del calor y la escasez de niñas bonitas la vi.
       Ahí estaba, rodeada de gente como siempre, algunos kilos de más descansaban en sus pliegues pero no eran demasiados, mi vieja obsesión de la secundaria, a la cual tirara una piedra accidental en la cabeza, ahí estaba.
       Pensando en que hacer me golpeé la cabeza con un buzón para después resbalar en un charco de cerveza.
        Al despertar recordé que había llegado ahí acompañado, pero ya no me importaba, noté que me sangraba la cabeza, sin embargo, seguí caminando.
       Siempre me había preguntado como era ella, pues aunque pude haber hecho y tenido todo  jamás hice ni tuve nada, por idiota, pequeño, orejón no lo se, bueno si lo sé, pero no se oye bien.
        El caso es que al llegar a ella con los ojos a medio abrir  y con sangre por toda la cara sus amigas corrieron, pero ella no (estaba de espaldas).
       La saludé  y la invité a ver transformers, ella  no me saludó y sólo dijo no.
       Vimos transformers llámalo suerte, un milagro, brujería vudú, etcétera,  el caso es que pasó.
       No vi la película, preferí  verla, ver sus pómulos rellenos y sus manos llenas de cara salsa de palomitas. No dije nada.
       Al llegar a su casa comimos 7 pedazos de pizza y vimos el noticiero de las 10 y de lo que nunca me hubiera imaginado me di cuenta, “era aburrida” tanto o más que yo. Para un idea más concreta estuvimos  hablando tres horas acerca de la capacidad de Dios de comerse un burrito tan caliente que ni él pudiera comer. Después de pasar por Guillermo de Ockham, Descartes, Habermas y Chespirito decidí besarla para que se callara. El beso duró un minuto, acto seguido me golpeó.
        No fue una cachetada ni un pequeño puntapié, fue como un golpe de Tyson, no sé como golpee ese muchacho, pero debe estar muy cerca.
        Dos horas y medio litro de  sangre después llegó la ambulancia que pidió. Necesité de 7 puntadas y fue ahí donde me enteré de mi hemofilia debido a  mi  ascendencia real… bueno eso no es cierto.
        El caso es que después de ese suceso no la llamé aunque pude y tuve las ganas, a veces hay cosas que simplemente no repites, como comer pastel con salsa cátsup.
      Para los que quieran saber como ladraba mi perrita Atenas, ahí les va:
Wawarawarara…u waf…wafwaf. Y se repetía varias veces 

¿Piensas en mí?

¿Piensas en mí? ¿Recuerdas nuestros días bajo el sol?  ¿Sientes un hoyo en el corazón?  Al ver hacia adelante ¿encuentras el principi...