Si
hubiese una montaña lo suficientemente alta cualquiera hubiese podido pararse
en su cima para observar ese cuerpo amorfo, casi como un organismo unicelular,
perfectamente bien delimitado y al mismo tiempo confundido con su entorno.
Habría sido extraño ver un unicelular con canales internos como venas que
recorriesen su cuerpo, venas de piedra y derivados del petróleo, sin embargo no
sería molesto debido a la buena cantidad de seres verdes presentes en este
paisaje de vida urbana; las casas de todos tamaños, formas y colores saltan a la
vista, ninguna es más importante que las otras, y aunque alguna lo fuese no
importaría al menos no para mí.
Viviana
vivía en una de esas casas, tan ordinaria como las demás, de color verde claro,
en realidad no importa; ella era tan común como cualquier ser humano que haya
habitado la Tierra en los últimos 10 mil años, yo no podría describirla como un
ser perfecto por la sencilla razón de que ella era una joven promedio, sus
labios sonrosados no eran más bellos que una mañana de abril, sus ojos cafés no
escondían la magia de las noches que quedaban sin estrellas víctimas de una
enorme luna llena, sus oscuros y ondulados cabellos en nada podían intentar
asemejarse a las corrientes submarinas que cargadas de vida siguen deslumbrando
a los buzos, no, ella era una mortal como cualquier otra, pero para mí era el ser
que deseaba que estuviese entre mis brazos, que besara con candor mis labios y
que susurrara en mi oído palabras bellas de amor.
A
diario la veo pasar por la acera cuando el sol despunta el alba para ir en
busca de los alimentos matutinos, sé que 2 horas después se irá a la escuela,
no es muy buena en sus estudios pero al menos se preocupa por asistir siempre, no
puedo hablarle porque las palabras se petrifican en mi garganta antes siquiera
de lograr salir a mi boca, y entonces sueño. Algún día ella estará en peligro,
llegaré en el momento indicado y la salvaré, ella no dirá una sola palabra y en
cambio me besará, seré a partir de entonces y para siempre el hombre más feliz
del universo.
Viviana,
si al menos pudieses leer mi mente y saber cuánto te amo, podrías dignarte a
mirarme, pero no mirarme como me miras siempre sino con esos ojos de amor con
los que sólo las mujeres enamoradas
pueden ver al hombre dueño sus suspiros.
Sin
embargo a través de estos barrotes no puedo aspirar a más que inventar tu
nombre, quien podría imaginar que una celda de esta penitenciaría permite ver
las calles de la hermosa Mérida, y no solo eso sino que ha permitido a su
inquilino enamorarse por vez primera, lo
cual por supuesto es una pena; de haber sabido que en esos suburbios
encontraría una mujer de la cual algún día me enamoraría me habría comportado
según las leyes de la sociedad.
Ahora
nada importa, no importa que tan bien me porte a fin de cuentas mi acta de
defunción ha sido sellada, mañana en un motín seré asesinado por los hombres
contratados por la familia del joven al que le quité en un atraco fallido la
vida.
¡Oh mi pequeña y dulce Viviana si al menos pudiese saber tu verdadero
nombre!