Pasa,
qué pasa, pasa que no pasa lo que quiero que pase, porque no quiero que pase o porque
no sé qué es lo que quiero.
En
un viaje a través de la república dedicado a conocer nuevos lugares y olvidar
viejos rencores pasé el 92.3 por ciento del tiempo pensando en una mujer que
superficialmente conocí y con la cual no tengo ningún tipo de futuro. No puedo
escribir acerca del amor por la misma razón que Tyson Gay nunca será
plusmarquista, alguien mejor que yo vivió en mi misma época y se llevó mi chocolate.
No
sé si yo soy tan idiota que creo que los demás están pendejos o si los demás
están tan pendejos que creen que yo soy un idiota, el caso es que tomo para
olvidar ese cisma que creo errónea o acertadamente existe entre mi persona y
casi todos los demás. Tomar me llevó a experimentar muchas situaciones, la
mayoría no recuerdo o finjo haber olvidado.
En
una casa de extraños tabasqueños me senté a oír como hablaban, platicaban las mujeres de lo feos que eran sus pretendientes; no lo pensé en el momento, es más
hasta ahora caigo en cuenta de que ellas en si mismas eran algo incómodas de
ver. Los tabasqueños disfrutaban diciendo coño por cualquier cosa que se
ofreciera, que entró el gato ¡coño!, que se cayeron las llaves ¡coño!, que
Dirac compartió el Nobel con Schrödinger
¡coño! Todos los que estaban sentados en la reunión conmigo presentaron
exámenes de admisión en las universidades de mi tierra natal y no entraron,
excepto uno.
El viaje me sirvió para cambiar de aires y para
caer en cuenta que mi cara anima a policías municipales y estatales, federales
y militares a hacer preguntas. Era joven y con barba, sin aspiraciones y con un
perro, pasaba mis días iniciando toda clase de libros, libros de economía,
histología, fisiología, sociología y compilaciones completas de condoritos,
libros que nunca terminé ni leí más de 40 páginas.
Pretender leer me ayudó a olvidar que mi tesis
no iba a ningún lado, que el dinero de mi beca apenas alcanzaba para pagar el
alquiler y el plan de datos que me servía para abrumar con mensajes cada 10
minutos a una muchacha que me había sonreído una vez a la media noche por
cortesía debido a que llevamos a una amiga mutua a su casa. El remedio no duró
mucho, pronto se acabaron los libros para pretender leer y mi principio de
obesidad empezó a pasar factura, no podía pasar mucho tiempo sentado porque
quedaba pegado a la silla y tampoco podía acostarme porque luego era una labor
titánica levantarse, mi solución fue pedir prestada una
televisión.
La nueva televisión proporcionaba acceso a 6
canales de manera gratuita, todos y cada uno de ellos a color y con sonido
estéreo, daba acceso a toda clase de programas desde emisiones de rumores del
espectáculo hasta transmisiones que proporcionaban información inexacta acerca
de las luminarias de la televisión nacional.
Un día desperté y al no poder iniciar mi
computadora debido a que puse mal mi contraseña 3 veces encendí el aparato
televisor y cuál fue mi sorpresa al encontrar que un nuevo canal se unía a los
otros 6 de indudable calidad. Durante 9 días no salí de mi casa por quedarme a
ver los programas del recién descubierto canal, en realidad ya llevaba más de 2
meses sin salir de mi casa, pero esta vez hubo una razón específica.
Cuando la fiebre de la televisión acabó intenté
encender mi computadora de nuevo y vi que habían varios mensajes de dos mujeres
que rechacé unos meses antes de estar obeso, pensé: invitaré a cada una a ir a
un lugar gratuito distinto de manera que quede abierta la posibilidad para
cualquier cosa.
Pasaron dos días, las invité, aceptaron y nunca
les volví a hablar.
1 comentario:
Lo admito, pensé, que sentido tiene esto, pero después de la tercera ocasión definí una respuesta. Pregúntale a Memo.
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