Mi cactus ha muerto y yo no sé porque, tal vez lo
regué demasiado y murió ahogado, o a lo mejor lo regué muy poco y murió de sed;
a mí me gusta pensar que murió de vejez mientras dormía. Lo compré porque sabía
que yo no era demasiado hábil o responsable para cuidar una mascota, así que
durante días estuve pensando en un compañero fiel y silencioso, primero pensé
en un pez pero esas porquerías se mueren si se te ocurre dejarle dos raciones
de comida, así que descarté la idea de inmediato, de pronto se me ocurrió una
idea brillante: Un cactus. “Esas cosas viven en las peores condiciones
imaginables, sin agua ni comida, ni siquiera yo podría matarlo aunque así lo
desee”.
Fui a una tienda de cactus y pedí el más feo y
barato que tuvieran, no es que me gusten las cosas feas y baratas, es sólo que
mi economía no daba para más y ahora que lo pienso hay algo raro, ya que toda
mi vida he sido pobre pero nunca he podido acostumbrarme. El vendedor me mostró
uno decrépito, con apariencia enfermiza y que parecía llevar muchísimo tiempo
en venta, por cómo se veía no creo que alguien en su sano juicio hubiera
querido comprar ese adefesio, el vendedor lo sabía y me dio un precio imposible
de rechazar, es más, yo diría que lo adopté.
Era uno de esos cactus pequeños, con unas espinas
muy poco intimidantes que más bien parecían una pelusa blanca, pero quería uno
que pudiera caber en mi escritorio junto a mi computadora, que era el lugar
donde me pasaba la mayoría del tiempo y ese me pareció perfecto para cumplir su
cometido, no era la preciosa planta que el mundo estaba esperando, pero era mío
y yo lo quería tanto como se puede querer a un ser inanimado o incluso más.
Curiosamente después de haber vivido algunos momentos de alegría junto a mi
cactus, dejé de verlo como aquel repugnante vegetal al borde de la muerte y
comencé a verlo radiante, de belleza singular, diferente y especial. Me
pregunto cómo pude ser tan descuidado para dejar morir a algo que, llegué a
creer, estaba destinado a vivir eternamente.
Después de esto sentía un pequeño vacío en mí que
creía debía ser llenado con otra cosa. Comencé una nueva búsqueda de algo que
no sabía que era pero que tendría que ser diferente a lo anterior, claro que no
saldría a buscar un nuevo cactus, sería como tratar de superar a una ex novia
saliendo con su gemela.
A ella la conocí en una fiesta donde había cientos
de personas, pero entre la multitud la observé y quede atónito con su cuerpo
casi perfecto, de pronto ella volteó hacia mí y alcanzó a esbozar una sonrisa
leve, yo volteé a ambos lados y atrás de mí para asegurarme que me había
sonreído a mí y no a alguno de sus conocidos que se encontrara a mi alrededor,
habiendo asegurado esto, devolví la sonrisa y ella sonrió aún más, pensé en
sonreírle todavía más pero corría el riesgo de parecerme al guasón y eso podría
asustar a mi presa.
Me acerqué a
ella lentamente tratando de no tropezar con nada, me abrí paso entre la
multitud manteniendo contacto visual con mi objetivo, iba lento pero seguro,
planeando un discurso de introducción corto y conciso, pensé que también podía
ser gracioso, recordé que no lo era y me apegué al plan original, decirle “Hola
¿ya nos conocíamos de alguna parte?” yo sabía que no la conocía porqué sería
incapaz de olvidarla, pero era una introducción sólida que podía dar paso a una
conversación casual y que tal vez sea el inicio de algo bueno.
Tenía ojos
color café o tal vez miel, dientes blancos como de comercial de chicles, una
nariz corta y perfectamente alineada y el cabello negro y ondulado se movía
hacia todas partes por la brisa nocturna, la observé fijamente y por más que lo
intenté con todas mis fuerzas solo pude encontrarle un defecto: era
sobrenaturalmente fea. Como cagar parado. Era feísima, yo no entendía por qué
sus rasgos faciales eran tan hermosos si se veían por separado pero que de
verlos juntos formaban un rostro tan bizarro que hasta Picasso se hubiera tardado
en buscarle forma.
Ella era divertida, inteligente y no escuchaba
música de banda, y podía decir que hasta el momento, se encontraba interesada
en mí. Platicamos un buen rato y bebimos hasta que comencé a verla no tan fea,
ella se reía de mis bromas y yo me sentía a gusto con nuestra interacción;
llegó la hora de irme y me despedí tres veces por la posibilidad de que esa haya
sido nuestra última conversación.
Días después la encontré en las redes sociales y
sentí una alegría extraña, también sentí un poco de vergüenza por haberme
alegrado pero la pude reprimir y seguí adelante. Conforme fue pasando el tiempo
nos fuimos conociendo mejor y en algunas de nuestras salidas o conversaciones
fue incrementando la tensión debido a que nunca habíamos roto la barrera del
contacto físico, más por mi culpa que por la suya, pero me mantuve firme porque
sabía que eso era lo único que me quedaba, si la barrera caía yo caería con
ella.
Al fin, un día saliendo del cine ella me tomó de la
mano y yo no supe que hacer, sabía que era algo que tarde o temprano sucedería
pero no había ideado un plan para esta situación, así que le seguí la corriente
y caminamos así el resto del día, no era algo tan malo después de todo, a lo
mejor yo estaba exagerando. Se puede decir que incluso me sentí feliz.
Llegando de vuelta a su casa ella me miró a los ojos
y me preguntó “¿Qué somos?” Yo no tenía
respuesta para esa pregunta así que le dije con toda honestidad “no lo sé”.
Ahora estoy en mi casa pensando “¿Qué somos?” y
recuerdo que un día alguien me dijo que la vida es una búsqueda constante e
infinita de satisfacción que sólo se alcanza cuando dejas de buscar y te
empiezas a conformar con lo que tienes; no estoy seguro que esto sea así, pero
de lo que si estoy seguro es que peores cactus he tenido y amado.
3 comentarios:
Me gustó porque es honesta.
En el momento que nos conformamos con lo que tenemos y dejamos de soñar con lo que deseamos ya estamos muertos.
Concuerdo totalmente.
Publicar un comentario