miércoles, 28 de diciembre de 2016

El desierto

Aparecí en el desierto más plano que he tenido la oportunidad de percibir, los límites de aquel lugar eran insondables, sin nubes era imposible tener una sensación de espacio y el permanente crepúsculo el desvanecía la posibilidad de entender el tiempo.
Intenté por un tiempo notar algún movimiento estelar o el cambio de dirección en el viento sin ningún éxito. Podrían haber pasado años, meses o semanas, pero la sensación constante de sed y hambre no me habían matado, intenté acabar con mi vida, pero las heridas que me podía infligir solo tenían la profundidad suficiente para generarme dolor, pero no para acabar con el tormento.
A pesar de la falta total de alimento mis heridas sanaban sin dejar huella después de cierto tiempo, durante mi ofuscación inicial pensamientos suicidas y autodestructivos no me dejaron caer en cuenta que mi única manera de mantener mi sanidad mental estaba vinculada a esa suerte de castigo celestial que me impedía acabar con mi existencia, en esa penitencia yacía la posibilidad de llevar tener una idea del transcurrir del tiempo.
El crecimiento del tejido cutáneo era relativamente rápido por lo que heridas demasiado superficiales no permitían una apreciación precisa, sin embargo, la generación de la máxima profundidad de herida provocaba desvanecimientos incontrolables que siempre tenían como resultado el despertar con la herida a medio sellar.
Ignoro el tiempo que me llevo diseñar la grieta exacta, pero una vez generada y aplicada me permitió contar los siguientes 7 años y 2 meses. En ese tiempo empecé a dudar de mi memoria, mis horas de sueño eran extensas pero la generación de recuerdos de esos momentos era muy escasa, mi mente descargaba muy levemente la carga del día en generación de sueños, nunca sentía realmente un descanso efectivo.
A pesar del enorme tormento que me provocaba esta tortura interminable, nunca perdí la fe en recobrar mi vida anterior de éxito y comodidad, mi único incentivo para no perder la cabeza era que eventualmente esas caminatas interminables en el desierto me llevarían de nuevo a mi familia y a mis bienes materiales hasta que caí en la cuenta de que conmigo o sin mí el mundo avanzaría y que lo que había obtenido en este momento podría ya no valer nada. Cuando estuve dispuesto a olvidarlo todo apareció ante mí un ente que si intentara describirlo parecía estar hecho de luces moradas blancas y rojas similares a las que aparecen ante tus ojos cuando te los tallas, envuelto en una túnica negra se mantenía en pie gracias a una vara de madera.
Aparentemente sabía todo de mí y de mi circunstancia, me ofreció recortar el tiempo de mi deambular de manera proporcional a mi disposición de romper vínculos terrenales. Una vez elegido el vínculo, toda sensación y recuerdo del mismo se perdería, así como toda de evidencia de su existencia previa.
En el tercer mes del séptimo año, de acuerdo a este ser, me restaban 1033 años de camino para regresar al punto geográfico que me vio nacer, de manera que continuar con el camino tenía el mismo resultado final que dejar ir todo en ese momento pues al llegar los restos de mi existencia llevarían siglos de olvidados y la huella que podría haber dejado mi descendencia no estaba asegurada.
Después de pensarlo unos meses decidí que podía prescindir de todas mis propiedades, puesto que solo eran un producto de capacidad intelectual y física y aunque con dificultad, podría recuperarlas con el tiempo.
La entidad no apareció hasta un año después, en esta ocasión me informó que de tomar la decisión de eliminar todos mis bienes materiales mi camino se reducía a 1000 años y que nuestra próxima reunión tomaría lugar en 5 años. Los gritos y desesperación no parecían turbarlo en lo más mínimo, no existía un diálogo o negociación, la comunicación entre él y yo se daba a través del sondeo de mis ideas más repetidas, las cuales no cuestionaba sino simplemente sancionaba.
En aquel momento consideré estéril dudar de la palabra del ser, probablemente el génesis del comportamiento religioso de muchos inició en un momento de profunda soledad. Durante los siguientes años mi reflexión acerca de lo verdaderamente importante de la vida se intensificó para intentar probar la hipótesis de que la aparición del retraso entre apariciones del ser estuviera relacionada con una mala comprensión del mecanismo de escape del desierto.
Partí de la suposición de que el ser era imparcial con respecto a su planteamiento, que la comunicación de las reglas era meramente informativa, que éstas eran verídicas, hechas sin malicia y que eran permanentes en el tiempo y en el espacio, por último, asumí que la respuesta no estaba sujeta a la interpretación, sino que la solución del problema era única, de entenderse. Gran parte de mis suposiciones habían sido hechas previamente por miles de cuerpos religiosos que fallaron una y otra vez en la tarea de probar la existencia de algún poder divino, yo mismo intentaba encontrar un camino a la liberación a través de un ser de intenciones desconocidas.
El camino a la salida consistía en liberarme de todo vínculo terrenal, la respuesta no era tan sencilla como eliminar mis bienes inmuebles, la respuesta tenía que ver con algo más profundo que eso. Al analizar detenidamente el significado de un vínculo terrenal caí en cuenta que los vínculos con la tierra no son físicos sino mentales y aquellos están fundidos profundamente con nuestra manera de interactuar y percibir la realidad.
Al crecer entre la tierra y obtener habilidades intelectuales mediante la interacción con otros humanos en distintas instituciones, mi manera de percibir la realidad se modificó y es así como decidí, sin entrar en cuenta completamente, qué es lo indispensable, qué es lo necesario y concretamente qué es lo prescindible, dejando fuera lo que estaba casi completamente fuera de mi control que era principalmente lo relacionado con actividades dedicadas a la satisfacción de necesidad fisiológicas. Caer en cuenta que mis vínculos terrenales eran lo que me definían como persona me hizo concluir que el problema no tenía solución.
El decidir prescindir de toda mi estructura de valores, recuerdos y habilidades me haría libre, si esa era la respuesta correcta, pero también me haría inconsciente de todo el camino recorrido, al tomar esa decisión todo lo que me constituía sería eliminado, no estaba dispuesto a tomar esa decisión.
Me había llevado 4 años llegar a lo que yo llamaba la solución total del problema, la eliminación completa del yo, pero sus extremas consecuencias me impedían considerarla una opción. La reducción de 33 años daba cabida en mi mente a la posibilidad de soluciones parciales que redujeran el tiempo y me permitieran mantenerme consciente de quien era.
Decidí que ofrecer renunciar a mis habilidades y destrezas tanto físicas como intelectuales podrían tener un efecto grande en la reducción del tiempo, así que en los meses que me quedaban de tiempo antes de alcanzar la marca de cinco años me concentré en que esa idea ocupara la mayor parte de mis pensamientos. Mi razonamiento era que el ímpetu por triunfar me había conducido a desarrollar dichas capacidades y que, si éste se mantenía, eventualmente podría recuperar parte de ellas.
Mientras meditaba acerca de mi decisión apareció el ser aproximadamente en la marca de cinco años, mi conteo del tiempo no era para nada exacto. Por primera vez comentó acerca de decisión y no simplemente emitió una decisión acerca del tiempo restante.
“La idea de que existen soluciones parciales a los problemas es meramente humana y no tiene nada que ver con la orden natural de las cosas, una solución no tiene que ver únicamente con el resultado tangible de su ejecución, sino con el sistema que produce su deducción y el entendimiento del problema en sí.
Aunque se pueden obtener aparentes victorias a partir de enfoques simplistas, éstas solo lo son para las mentes carentes de conocimiento cuya existencia es efímera en relación al tiempo y el espacio.
No existen los atajos ni hay manera de engañar a la realidad, y la idea de que eso puede ser factible es la más tóxica que uno puede generarse. Aunque en tu mente existe la solución verdadera al problema, tu condición te ha impedido escapar de tu tormento, nuestra próxima cita será en 995 años”.
Una inmensa sensación de vacío inundó mi ser, la impotencia y la rabia que yo sabía eran sentimientos que no cambiaban para nada mi situación se habían apoderado de mí, había rozado el cielo y lo había dejado ir.



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