domingo, 22 de agosto de 2010

Aquí el sol se ve bien por Memo

Él no salía jamás; familiares hartos de su presencia e inactividad siempre lo quisieron fuera pues era ya un adulto. Nunca se le conoció una novia, o un amigo, o un interés (normal o anormal...).
Soy una persona que suele huir del quehacer cotidiano. Para librarme de él a veces me sirvo de intrincados y rebuscados recursos filosóficos; otras veces intento negociar y otras simplemente recurro a la violencia verbal.
Un día, para evitar el acoso constante de mi madre, decidí salir a caminar. En el camino me preguntaba si existen niñas fáciles, y si existen, por qué no lo eran conmigo. Igual recordaba a una niña güera y gorda de la secundaria que tenía tontas esperanzas de conseguir novio, a lo que yo le pregunté: ¿cómo? Un amigo contestó: “Pues quizá haya alguien”. Yo casi me reí pero algo me contuvo. Pensando en esas cosas banales ya había caminado varios kilómetros, y me encontraba en medio de una especie de tianguis andante.
Parecía un lugar sobrenatural. Se vendían sanguijuelas absorbedoras de suerte, kits para incrementar el aura, galletas de vuelo y sangre de minotauro para las ojeras. En mi camino solía chocar de vez en cuando con la gente, mientras miraba absorto las genialidades ofrecidas en el lugar y pensé en que ya me habían cartereado varias veces en mis múltiples choques con la gente, así que no intenté comprar nada.
Sin querer, al ir caminando entré a una tienda que era un lugar de oscuridad, no porque tuviera que ver con fantasmas ni otras supercherías, sino porque era completamente obscuro, y eso que era mediodía. Era la oscuridad más profunda que experimentaría en la vida, estaba tan oscuro que no podía ver mis pensamientos. Después de experimentar un momento esa sensación me sentí volar al pasado.
Recordé mis años antiguos, cuando solía pensar en una niña con pelo corto, pero no tanto, algo pequeña pero bien proporcionada y con la mejor sonrisa que he apreciado en mi vida entera. Hablábamos de beisbol por mensajes de celular; le coqueteaba y era correspondido aunque ella aún tenía novio que, por cierto, era mi mejor amigo… Sentí un tirón y estaba en un lugar desconocido.
Me encontraba en los sueños de alguien. Eso parecía, pues volaban borregos y una personita, que debía de ser la protagonista, intentaba volar también pero no lo conseguía por el freno que le ponía la propia realidad, incluso en sus sueños. Caminé por el prado cubierto de flores moradas y vestido con cerezos; arriba se veía un cielo multicolor coronado con tres soles verdes que sonreían.
El lugar donde estaba la niña era un círculo de piedras con caras de hombres y mujeres sufriendo. La niña lloraba de desesperación; pensé que era mi deber sacarla de ese sueño. Intenté correr hacia ella pero mientras más rápido corría, alguna fuerza extraña me empujaba más hacia atrás. Caminé lo más lento que pude para intentar así alcanzarla pero cuando estuve a seis centímetros de tocarla fui empujado hacia afuera en un estallido de luces multicolores; choqué contra uno de los soles.
Aparecí a unas cuadras de mi casa sintiendo que mis acciones eran controladas por alguien más. Tenía la sensación de que mis pensamientos no eran precisamente míos. Alguien más dominaba mi existir. No llegué a escuchar una voz en mí, solamente eran impulsos, de repente tenía ganas de hacer algo aunque no hubiera algún aspecto que lo relacionara con lo que en verdad hacía. Así fue como golpeé al frutero después de darle las gracias; caminé descalzo por tres días, dos horas veinte minutos y trece segundos, y decidí hacerme camionero.
El primer examen de admisión servía para hacer un perfil psicológico. Llegué a la central, que era un lugar algo cansado por el tiempo, con grandes columnas ocres, una sala de espera pequeña y candelabros que portaban focos de cien watts.
La recepcionista era una señora mal encarada, tenía amplias entradas pese a su edad y algunas canas se asomaban en su pelo negro. La cara demacrada por la edad, su nariz aguileña y sus ojos miel mostraban escasos recuerdos de una extraña belleza matinal.
―¿Nuevo?
―Sí― contesté.
― ¿Feliz?
― Algo
― Principiante― dijo y bufó ― Pasa, tienes suerte de que el borracho que iba antes de ti no llegó ―viró su cara para no mirarme― Pero pásale, mi niño, ¿crees que tengo todo el día? ―dijo e hizo lo que para mí era revolver los papeles que se encontraban en su escritorio marchito y deteriorado de apenas dos metros de largo.
Entré por la puerta del lado izquierdo, una puerta de pino con acabados franceses. Me pareció que diseñada fue para el despacho de algún dirigente político de grado menor en alguna época pasada.
En el salón más o menos espaciado había cinco sustentantes, incluido yo. Dos eran gemelos, uno era un rasta y el otro, un muchacho semirrubio de estricta vereda, camisa polo y zapatos pulidos. Al verlo me dio asco e intenté alejarme de él lo más discretamente posible.
Del examen psicológico se concluyó que yo era una persona violenta, malinchista, machista, incapaz de controlar impulsos y zurdo, lo suficiente para ser un buen camionero, por lo que tuve la calificación más alta.
El siguiente examen era de manejo. Yo conduzco triciclo, por lo que manejar un autobús fue fácil y me acredité como un camionero excelente.
Las semanas corrieron y la voz se fue; en muchas ocasiones no di parada a minusválidos, ancianos y niños, por lo que me gané el respeto de mis compañeros y de nuestro líder sindical. Un día decidí ser el que más dinero conseguía y lo logré. Fui promovido a una ruta más exitosa y a una embarcación de las nuevecitas.
Yo era feliz; la gente, infeliz; el sol, amarillo; las aves volaban, los niños se atragantaban y el pasto tenía la fabulosa capacidad de ser verde. Todo era pan con mermelada hasta que ocurrió lo que nunca quise que ocurriera. Volvió la voz muda.
Fue, y lo recuerdo como si fuera hoy ―por que ayer es incierto y mañana, para qué les cuento― mientras estaba en mi última vuelta. Noche, barrio del sur, peligro, papas fritas, que sí, que no, parangaricutirimícuaro… La voz me manda el impulso de chocar. Afortunadamente la última persona se baja una esquina antes. El impulso es más fuerte, lo siento, es penetrante, constante, los siento en mis venas, intento controlarlo, fallo; una calle privada, una casa abandonada; yo, alguien más en mí, lo veo y no lo creo. Me voy a matar antes de los 26, y los cumplo mañana.
El impacto no fue tan grave. Choqué contra la casa abandonada. Dieciocho puntadas en la cabeza, el camión dañado levemente en la defensa, cuatro meses en el hospital. La noticia se tapó pues pronto habría elecciones de líderes sindicales regionales y mi líder competía. Comí de manera regular y salí caminando tranquilo un veintitrés de abril.
La voz no me ha recurrido para sus extraños designios. Empiezo a pensar si será dios, el diablo, Chespirito o qué se yo. Camino, llego a la esquina de la tienda de jugos y frutas, a mano izquierda una estación Telmex, enfrente una casa azul. Me dispongo a cruzar sin ver a los dos lados, como me dijera el amigo de los niños. Una camioneta se acerca hacia a mí, pasa cerca de mi nariz, pero nada.
Al llegar a casa un señor se me acerca y me pregunta la hora.
―¿Qué hora es, amigo del cielo?
―10:37 por la mañana, ilustre caballero.
―¿Cómo está el sol?
― Aquí el sol se ve bien.

El señor se fue caminando por la esquina y por un momento volví a sentirme obscuro.
Tal vez había hablado con quien dentro de mí yacía.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesantes sueños, Guillermo ¿es uno o varios? Saludos!

Guillermo Hernández Carrillo dijo...

no es necesariamente un sueño, es un cuento que me llevó un mes escribir saludos y gracias por leerme

Anónimo dijo...

Un placer, tienes una imaginación muy rica. Saludos!

Canela dijo...

Me gusta mucho este cuento, en especial el lenguaje que usas, jaja me hace reír en distintas partes cada vez que lo leo.

Yo dijo...

Jajaja, no sabía que escribías! me encantó el cuento, espero que siga subiendo mas cosas (:

Anónimo dijo...

ok yo

Gallo dijo...

muy buen cuento le doy 5 dedos hahaha y estoy esperando que subas mas

Anónimo dijo...

Sí Memo sube más cuentos daleeee

Canela dijo...

Aquí yo de nuevo leyendo de nuevo tu cuento no nuevo. El diálogo final es delicioso, no sé por qué. Me gusta mucho.



―¿Qué hora es, amigo del cielo?
―10:37 por la mañana, ilustre caballero.
―¿Cómo está el sol?
― Aquí el sol se ve bien.


:)

Robot maniaco dijo...

Muy bueno, me gusta como manejas la ironía aprecio eso de un escrito.

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